Julio Florencio Cortázar es uno de nuestros escritores favoritos aquí en Lectores Salvajes. Y decimos “escritor” a secas, sin especificar nacionalidades, porque lo consideramos un ciudadano del mundo, un escritor universal, galáctico, que nace en Bélgica, crece en Argentina, se nacionaliza francés, dicen que muere en París pero sospechamos que hoy continúa escribiendo alternativamente desde la constelación de Andrómeda y Orión.
Nacido por pura coincidencia en Bélgica – su padre era funcionario de la Embajada argentina allí – el pequeño “Cocó”, como lo llamaban, llegó al mundo en 1914 producto del “turismo y la diplomacia”, como le gustaba contar en entrevistas.
Independiente de su nacimiento fortuito en las Europas, Julio Cortázar siempre se sintió argentino, sudamericano. A los cuatro 4 años llegó a Argentina y allí vivió la mayoría de sus experiencias iniciáticas. Entre ellas, obviamente, su encuentro con la literatura. Su amor por los libros lo llevó desde muy pequeño a desarrollar un imaginario inmenso que no pudo contener y volcó en sus primeros cuentos e incluso ¡novelas!, según asegura en una entrevista en Youtube. Todo eso sucedió en Banfield, en el sur de Buenos Aires, junto a Ofelia, su única hermana, su madre y una tía.
Como era de esperar, su inquietud literaria llevó a realizar estudios de Letras y Magisterio, trabajando luego como profesor en varias ciudades del interior de Argentina. A los 37 años obtiene una beca para radicarse en París, ciudad desde la cual Julio Cortázar regala al mundo sus mejores obras, influenciado, qué duda cabe, por toda la efervescencia cultural y política de la época. Era el año 1951, mayo del 68 estaba a la vuelta de la esquina.
Su obra cumbre Rayuela (1963), nace en París. Una novela que revolucionó el panorama cultural de su tiempo marcando un hito dentro de la narrativa castellana contemporánea. Gracias a Rayuela, Julio Cortázar se convirtió en una de las principales figuras del “Boom Latinoamericano”.
En general, Julio Cortázar tuvo una relación poco convencional, más bien experimental, con el mundo de la novela. Rayuela, por ejemplo, ha sido definida por muchos como una novela inclasificable, por su enorme originalidad, rompiendo los moldes literarios clásicos.
Otro ejemplo de la complejidad de las novelas de Cortázar es su libro “62. Modelo para armar” (1968), el cual es la continuación de una historia paralela extraída del capítulo 62 de su obra maestra.
Antes de su obra cumbre, Cortázar ya había debutado en el mundo de la novela con Los premios, (1960) y cerró su ciclo en 1984 con “Nicaragua, tan violentamente dulce”, publicación inspirada en la Revolución Sandinista, de la cual fue muy cercano.
Sin embargo, e independiente del tremendo éxito que obtuvo con Rayuela, el fuerte de Julio Cortázar siempre han sido sus cuentos.
“En sus cuentos, Cortázar no experimentó, encontró, descubrió, creó algo imperecedero. La verdadera revolución de Cortázar está en sus cuentos”, comenta el escritor peruano Mario Vargas Llosa en la contratapa del libro “Obras Completas 1 y 2”, el cual reúne toda la obra “cuentística” de Cortázar.
Entre los libros de cuentos de Julio Cortázar encontramos:
Bestiario (1951), en este aparece quizá uno de sus más notables cuentos de Cortázar: “Casa tomada”.
Las armas secretas (1959), en donde destaca “El perseguidor”.
Final del juego (1964), en donde encontramos cuentos clave como “Las ménades”, “La banda” y el inolvidable “Axolotl”.
Todos los fuegos el fuego (1966), compuesto por otros ocho relatos, entre los que destaca “La autopista del Sur”.
Octaedro (1974)
Alguien que anda por ahí (1977)
Queremos tanto a Glenda y otros relatos (1980)
Deshoras (1982).
Y cuando ya pensabas que con estas novelas y cuentos Cortázar se acababa, de pronto chocas con los vanguardistas “almanaques”. Una combinación única, muy cortazariana, que alterna el cuento, el ensayo, el poema, el fragmento narrativo y la crítica en un solo libro. En resumen: todos los géneros en ninguno.
Algunos libros-almanaques para leer son:
La vuelta al día en ochenta mundos (1967)
Último round(1969).
Historias de cronopios y de famas (1962),
Un tal Lucas (1979)
Los autonautas de la cosmopista (1983)
En 1983, en medio de la locura mundial por la obra de Julio, Cortázar viaja a Argentina luego del retorno a la democracia en el país trasandino. Fue recibido cálidamente por sus fans, sin embargo, las autoridades de su país ni lo pescaron (no solo pasa en Chile, ¿vieron?) Julio nunca fue profeta en su tierra. Después de visitar a varios amigos, regresó a Francia en donde el presidente François Mitterrand le otorgó la nacionalidad francesa.
Y es que Julio Cortázar no solo fue un escritor de moda. También se convirtió un importante activista político luego de su visita a Cuba en 1962 para conocer a Fidel Castro. Habían pasado tan solo 3 años de la victoria de la Revolución Cubana.
Julio Cortázar también tuvo una conexión muy fuerte con Chile. Asistió en 1970 a la toma del poder del primer Presidente socialista elegido democráticamente en el mundo, Salvador Allende, y brindó su apoyo a la resistencia contra la tiranía de Pinochet publicando su libro “Dossier Chile: el libro negro”.
En 1984 Julio Cortázar deja de respirar en el planeta tierra y renace como un guerrero fluorescente en una estrella muy lejana y sin nombre a la cual bautiza La Maga. Desde allí nos escribe y nos imagina con una melancolía dulce, muy similar a la que sentimos cada vez que vomitamos un conejito mientras subimos en un ascensor.
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